Playas blancas y aguas turquesas han sido durante mucho tiempo sinónimo del exotismo caribeño, poco piensan quienes viajan a las islas Lofoten y Vesteralen que rumbo al norte del norte, los mismos colores tiñen una realidad completamente distinta. Playas cubiertas de nieve y mar cristalino y verde sí, pero de aguas gélidas, ricas en bacalao y en arenques. Ni una palmera a la vista, salvo que la noche nos bendiga con la magia de la aurora boreal, que es como una palmera pero de fuegos artificiales.
Rumbo al círculo polar
Decir Noruega implica pensar en Oslo, diseño escandinavo, personas rubias, alto nivel de vida… pero si apuntamos más al norte las cosas cambian. Es como si penetrar en el Círculo Polar Ártico borrara las señas de identidad nacionales y fuera el pasaporte para una realidad tan transfronteriza como la propia Laponia, donde en el aire ondea mucho más la nieve impulsada por el viento que las enseñas nacionales. El círculo polar se asocia antes a osos blancos que a contribuyentes.
Aunque, en realidad, en las islas Lofoten y Vesteralen no hay más osos que aquellos que hibernan en las tiendas de souvenirs metidos en una bolita de cristal, tampoco es que haya muchas personas, apenas 25.000 en un territorio equivalente a un par de veces la ciudad de Madrid. Y no es que estemos en la Noruega “vaciada”, es que esta tierra nunca ha estado llena y, además, durante centurias sus habitantes vikingos pasaban muchas temporadas en el extranjero haciendo algo parecido al turismo de compras, pero sin pagar.
Un landmark fotográfico
Para los fotógrafos viajar a las islas Lofoten y Vesteralen se está convirtiendo en una de esas peregrinaciones que todos los fieles queremos hacer al menos una vez en la vida. Es un santo lugar icónico como Islandia, Petra, Machu-Pichu, el cañón de Antelop, la bahía de Ha-long y otros muchos hitos que atesoramos en nuestras pupilas aún antes de haberlos vivido.
En febrero, cuando más arrecian las ventiscas y más se dejan ver “las luces del norte”, encontrar una furgoneta de alquiler en Lofoten o una cabaña para albergarse llega a ser una quimera ya que una horda de visitantes, cámara en ristre, recorren las islas atraídos por su fría belleza.
Por supuesto, para que un viaje de este tipo sea un éxito es absolutamente fundamental que tenga al frente a un magnífico guía-fotógrafo que haya explorado el territorio y conozca de primera mano el tiempo que un fotógrafo necesita para capturar sujetos esquivos, como las montañas, por ejemplo. El viaje que yo acabo de hacer, estaba liderado por Roberto Iván Cano, alguien de quien previamente sabía que era un buen fotógrafo y divulgador pero en quien he descubierto un gran guía y profesor; y una magnífica persona, con liderazgo suficiente para cohesionar un heterogéneo grupo y afrontar imprevistos.
La belleza fría del invierno
Las fauces del invierno en Lofoten no son tan fieras como en otros territorios en la misma latitud. El mar lleva hasta allí la Corriente del Golfo que atempera el ambiente de manera que las temperaturas no tienen por qué bajar de los 3º bajo cero. No está nada mal para el círculo polar pero, de todas formas, en una noche de ventisca invocando a la aurora a la orilla del mar, la sensación térmica desciende hasta los 12º bajo cero y aguantar la espera requiere no sólo un buen equipo, sino una fe inquebrantable en que una buena foto está por encima de cualquier cosa.
Por lo demás, el invierno ofrece magníficas posibilidades fotográficas: las montañas nevadas, las ventiscas en las crestas, el hielo rompiéndose en los lagos, los carámbanos adornando las rocas, las negras nubes de tormenta dibujando cielos amenazantes con formas caprichosas y, de vez en cuando, el sol encendiendo el color del paisaje con una luz nueva.
Decir que las posibilidades fotográficas son inmensas, es reduccionista. La belleza es inmensa. Los horizontes coronados de picos escarpados, los llanos llenos de lagos, los fiordos, las olas batiendo en costas de roca y aquí y allá, las numerosas construcciones rojas, amarillas o blancas que son señas de identidad de estas islas.
Cómo el bacalao marca el paisaje
Si vamos a hablar de construcciones es mejor que aprendamos un nombre: rorbu. Rorbus son esas cabañas rojas de madera, generalmente a la orilla del mar, que se han convertido en la seña de identidad de las islas Lofoten.
Cuando se piensa en una tierra tan remota como esta, sorprende saber que desde la Baja Edad Media la afluencia de “temporeros” era masiva. Las riquísimas pesquerías de Lofoten atraían cada año a pescadores que llegaban para la captura y preparación del bacalao. Se tiene referencia histórica de que ya en 1120 una disposición real ordenaba construir rorbus para darles el alojamiento temporal que necesitaban. El color rojo de las paredes era una simple opción económica. No había pintura más barata que el aceite de bacalao debidamente mezclado con óxido y otros pigmentos naturales.
Más tarde, este color se usó también tierra adentro, en las granjas. El granero y las construcciones secundarias se pintaban en rojo, la casa, si los recursos lo permitían, de blanco cuya elaboración requería un ingrediente caro como el zinc, o amarillas si el dinero sólo daba para comprar pintura hecha con ocre y aceite de bacalao.
Hoy los rorbus se cuentan por miles pero debe de ser difícil encontrar pescadores dentro. Lo más fácil es que tras un toc toc en la puerta, esta la abra un turista que disfruta en su interior de un alojamiento más o menos confortable, en función de lo pagado. Quien recorra las islas, acabará posiblemente morando en varios rorbus.
La otra aportación del bacalao al paisaje son los secaderos. No hay localidad costera que no tenga amplias zonas de secaderos hechos de madera, de formas y tamaños variados. Según el momento los veremos vacíos, con pescados enteros y, después, sólo con las cabezas. Hoy las Lofoten son la cuna del skrei pero mucho antes de que llegáramos a valorar esa maravilla gastronómica, estas islas fueron durante siglos el gran centro de pesca del bacalao desecado y conservado en sal, la única preparación capaz de alcanzar en condiciones las costas lejanas de países como Portugal o España. De nuestro país tomó el nombre con el que se sigue hoy denominando en Noruega la variedad desecada: bacalao
Paisaje en la ventisca, el aliento helado de Thor
Los paisajes helados tienen una magia que proviene de su monocromatismo, permiten al ojo ver la vida casi en blanco y negro. Si además la ventisca envuelve y desdibuja la realidad, la esconde tras blancas veladuras fugaces, la sensación de irrealidad es absoluta y solo la mordedura del frío en la cara te recuerda que no, que no sueñas sino que tienes el privilegio de vivir, captar, momentos únicos e irrepetibles.
Aurora, la luz mágica del Norte
A las auroras los anglosajones las denominan Northern Lights, aunque en realidad hay auroras boreales y auroras australes ya que el sol reparte con ecuanimidad sus efluvios y el magnetismo terrestre los distribuye simultáneamente y con equidad entre el cielo ártico y el antártico.
Si viajas al norte en busca de las auroras boreales tienes que meter en la mochila una buena dosis de resignación por si acaso. De septiembre a marzo, en regiones amplias del norte que cubren Noruega, Groelandia, Islandia, Finlandia, Alaska… es posible ver las auroras si la suerte te acompaña. En este caso, la suerte consisten en que no haya nubes cubriendo la visión del cielo y que luego que la aurora se produzca y lo haga con una intensidad suficiente par que el ojo humano la disfrute. Si esto último no ocurre, siempre nos queda la cámara fotográfica que es capaz de captar lo que el ojo apenas percibe y nos permite disfrutar en diferido de una belleza que se cernió sobre nuestras cabezas sin que apenas fuéramos capaces de apreciarla en vivo.
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[…] En mi página personal de fotografía he publicado un amplio reportaje sobre las Islas Lofoten y Vesteralen con diversas galerías fotográficas. Pincha en este enlace para verlas: Lofoten y Vesteralen a la luz de la aurora […]