Tras cerca de medio siglo de conflicto interno, Colombia está rompiendo las cadenas que lastraban su futuro con la losa del terrorismo, la guerrilla y el narcotráfico. Hace poco un inteligente eslogan del Ministerio de Turismo rezaba: “Colombia, el peligro es quedarte” y connotaba con esa frase que hay muchos atractivos en este país capaces de atraer con fuerza al visitante.
Bogotá, Cartagena de indias, Villa de Leyva, Pereira, Filandia, Salento… Son algunos de los lugares que he podido ver, una mínima muestra de los muchos enclaves magníficos de este país que está destinado a convertirse en un destino emergente que atraerá muchos millones de turistas dentro de poco tiempo.
Hay muchas cosas que llaman la atención en Colombia empezando por la amabilidad y la educación en el trato que tienen sus gentes, la rica abundancia de la biodiversidad con miles de especies de aves y un sinfín de plantas, el pintoresquismo de tantos y tantos pueblos y la majestuosidad cercana y caribeña de un enclave Patrimonio de la Humanidad como Cartagena de indias.
Pero mirando el país desde detrás de la cámara creo que lo que más llama la atención es la explosión de color que aquí y allá, en ciudades y en pueblos, caracteriza la fisonomía de las urbes e incluso el vestuario del paisanaje. Son colores fuertes, contrastados, llamativos como si algún gobernante ancestral hubiera erradicado por ley los tonos pastel y los colombianos hubieran obedecido a pies juntillas.
El fotógrafo más pausado y atraído por la fotografía de naturaleza tiene también la oportunidad de disfrutar en los numerosos parques naturales que hay a lo largo de todo el país y en donde es posible descubrir una naturaleza también colorida, rica y muchas ocasiones endémica.
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